Alguna vez te habrás preguntado ¿Para qué y por qué comemos? La respuesta más común y obvia es: “para satisfacer las necesidades nutricionales y energéticas del organismo”. De allí que por tal razón es se elaboran las dietas buscando relacionar el gasto energético que tiene cada persona contra la cantidad de calorías que debe consumir entonces, si el balance es negativo se bajará de peso, pero, si el balance es positivo se aumentarán unos buenos kilos de más. Pero eso no lo es todo, aún hay más.
En la alimentación intervienen los cinco sentidos y se ponen en juego tanto la memoria como aspectos sociales y genéticos, transformando una necesidad nutricional en una experiencia.
El Apetito
Existen señales biológicas que activan nuestros mecanismos que impulsan la ingesta de alimentos y otras señales biológicas que hacen exactamente lo contrario; incitan a dejar de comer. El cerebro impulsa la ingesta de alimentos por dos vías distintas: una de ellas tiene relación con el metabolismo y otra con los circuitos del placer.
El hipotálamo es la glándula del cerebro que se encarga de regular el apetito a través del metabolismo. Para llevar a cabo su función, hace un análisis del cuerpo a nivel químico y, de acuerdo a lo que va encontrando, estimula o no el consumo de alimentos aumentando o disminuyendo el apetito. Las áreas de recompensa y placer se activan a través de estructuras cerebrales específicas (el área tegmental ventral y el núcleo accumbens) cuando vemos o imaginamos aquellos alimentos que más nos gustan. En muchas ocasiones el cerebro forma imágenes mentales de estos alimentos para recompensarse por algún esfuerzo y cuando lo estamos comiendo, se produce un diálogo interior que anula la culpa y nos dice que comamos tranquilos porque lo merecemos.
La Saciedad
Hay distintos mecanismos, uno de ellos utiliza sensores que miden el estiramiento de las paredes del estómago y, cuando se alcanza determinado límite, informan al cerebro sobre la necesidad de dejar de comer. Lamentablemente si la persona hace caso omiso, se produce cierto acostumbramiento a la acción de estos receptores. Por otra parte, el sistema solo mide cuánto hemos comido, no la calidad del alimento ingerid; para esto existe otro mecanismo que regula la presencia de glucosa en la sangre; se trata de un sistema químico de control más lento que el anterior porque precisa que las concentraciones aumenten en sangre y esto puede ocasionar que nos detengamos cuando ya hemos comido demasiado.
Con los cinco sentidos
Por lo general, a los alimentos dulces se les suele asociar con valores altos energéticamente (calorías) y un alto valor nutritivo y a los alimentos amargos se asocian a cierta toxicidad. La cultura también tiene gran influencia sobre la alimentación. En ese sentido, la incidencia de nuestros cinco sentidos es decisiva; está comprobado que, si se usan cubiertos grandes, comemos menos porque el cerebro interpreta que se está comiendo mucho. Lo mismo ocurre si se sirve la comida en platos chicos, aunque la cantidad de la porción sea igual a la que se sirve en un plato grande, el cerebro interpreta que se está comiendo de más y así consigue saciarse antes.
Otro factor importante a tener en cuenta es el color. El contraste entre el plato y la comida también influye mucho; cuanto más contraste, más sensación de saciedad habrá. De allí que no son aconsejables los platos blancos y se deben preferir los de colores intensos. Del mismo modo funcionan los manteles.
Modificando el ambiente podemos influir en la cantidad de comida que ingerimos; si tenemos música suave, rítmica y acompasada y además colocamos una luz tenue, se come menos que si el lugar está completamente iluminado o con música alta o estridente.
La decoración puede convertirse en otro factor determinante a la hora de comer. Por ejemplo, si colocamos fotos o cuadros con alimentos sanos como frutas y verduras, lo más probable es que predispongan al cerebro para elegir comidas más saludables.
La memoria también tiene un papel muy determinante en este sentido; porque a través de recuerdos asociados a buenos momentos compartidos con personas queridas y diferentes platos de comida, lograremos disfrutar de nuestros alimentos, sin generar cargas emocionales negativas que alteran la función digestiva.
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